Siempre esperamos que nuestros hijos sean de lo mejor. Pero para lograrlo, debemos prepararlos fuertemente para su futuro, con principios morales y espirituales que los hagan crecer día con día.

 

Tener temple para hacer de los fracasos, un desafío y no una tragedia, será siempre un requisito para el éxito en cualquier área que nuestros hijos decidan desarrollarse.

 

Cuando un padre forja un concepto claro de autoridad, le será más fácil al hijo vivir en una sociedad organizada o realizarse en cualquier ambiente de trabajo. De lo contrario, actuarán por impulsos agravando los problemas cotidianos de la vida.

 

Siempre debemos ver a nuestros hijos como adultos potenciales impregnando en su formación, principios y normas, porque así, tendrán un camino por recorrer.

 

No podemos resolver sus problemas cada vez que se equivoquen en sus decisiones. Debemos permitirles una dosis de sufrimiento para que aprendan a vivir la vida auténticamente.

 

Debemos de hablarles de la existencia de Dios. Nunca en sentido religioso, sino como parte de nuestra vida cotidiana. El saber que no estamos solos, siempre nos ayudará a tomar las mejores decisiones.

 

Cuando permitimos que ellos aprendan a tomar decisiones inteligentes de acuerdo a un entrenamiento adecuado, les permitirá convertirse en personas de éxito.

 

Muchas veces decimos que no queremos que ellos sufran lo que nosotros sufrimos, pero siempre será mejor entrenarlos para que superen todas las pruebas que la vida nos depara.

 

Mi libro favorito dice que se cosecha lo que se siembra (RVR 60), asi que sembremos en nuestros hijos, buenas semillas para que la cosecha sea de la mejor calidad, pero la única manera de lograrlo, es trabajando duro y sin rendirse.

 

Como padres, debemos aprender a proporcionar tiempo de calidad. La familia es la mejor escuela de entrenamiento que jamás podrá existir. Cuando aprendemos a formar hijos de éxito en nuestras casas, estaremos formando adultos de victoria para este mundo.